Cuesta creer que este Pablo Buabse de voz suave y calma de monje zen sea el mismo loco de remate que en la cancha era capaz de inmolarse por una pelota o de embestir a quien se le pusiera al frente, así fuera tucumano, francés o sudafricano. Pero es así: a sus 58 años, Pablo transita la vida con una filosofía muy distinta a la de sus años como jugador de Los Tarcos, de los Naranjas y de Los Pumas. Del bullicio de la cancha al silencio de un bar al que va siempre justamente porque hay poca gente y es silencioso. “Soy bastante ermitaño. Me gusta estar tranquilo. Fue tanto ruido, tanta turbulencia durante mi etapa de jugador, que me cansó. Por eso hoy trato de estar donde no hay gente. No es que sea antisocial ni que me crea mejor que nadie, es que me gusta estar tranquilo. No me gusta tener que andar saludando y poniéndome a conversar con todo el mundo. Yo soy feliz, no necesito las luces ni nada de eso. Por eso casi nunca salgo. Sólo lo hago con mi familia o cuando voy a las reuniones de los viejos del club los miércoles. Y suelo volverme temprano", revela Pablo.
Esto último tiene un por qué: el ex segunda línea tiene una rutina diaria innegociable que arranca antes del amanecer. "Salgo a caminar a las 5 de la mañana. Y después voy a la misa de las 7 en la iglesia de los Padres Rogacionistas. De lunes a lunes. Me hace bien", cuenta Pablo, que tomó esa costumbre a partir de una invitación a un retiro espiritual organizado todos los años por gente de rugby. "Pablo Garretón me invitó durante nueve años y siempre lo dejé clavado. Cuando murió Julio Coria (ex pilar de los Naranjas históricos), me dijo: no lo hagas por mí ni por vos, hacelo por Julito. Ahí me mató. Fui al retiro y fue divino. Y desde entonces comencé a ir a misa todos los días. Es una misa tranquila, no va casi nadie", añade.
- Nada que ver con el Pablo Buabse que jugaba al rugby
- No, en el rugby era un loco de la guerra. No me importaba nada. Pero cuando me fui, se terminó. Dejé a los 32. Intenté volver al año siguiente, pero encontré un ambiente distinto al que yo estaba acostumbrado. Había chicos nuevos que tenían otra forma de ser. Un día, en un entrenamiento, uno de ellos que recién subía a Primera comenzó a hacerme burlas después de una acción del juego. Está bien, era chico y no tenía por qué saber quién era yo, pero me pareció una falta de respeto hacia alguien más grande. Entonces dije: esto ya no es lo mío. Me fui y no volví más. Y no lo extrañé para nada.
- ¿Tus hijos juegan al rugby?
- Tengo dos mellizos de 13 años, son futboleros a morir. La madre quería que jugaran al rugby, porque mi suegro, 'Carita' Casanova, había sido un gran jugador. A mí me interesaba que hicieran deporte, pero no necesariamente rugby por el solo hecho de que mi suegro y yo hubiéramos jugado. Me insistió y los llevé un par de veces a Tucumán Rugby, pero no se engancharon. Son muy tímidos, y les gusta más el fútbol.
- Durante el Mundial se viralizó un posteo tuyo en Facebook sobre Nicolás Sánchez
- Estaba muy enojado por lo que le estaban haciendo. En un momento ya era insólito que no jugara. Así que un día me salió escribir eso, era una descarga mía contra los entrenadores, porque me parecía que eran unos tontos que no entendían nada de rugby. No soy amigo de Nico, jamás crucé una palabra con él, pero me parece un muy buen chico. Es un tipo talentoso, humilde y silencioso. En el Mundial, a pesar de la mala actitud que tenían con él, se la bancaba en silencio y seguía trabajando. Hubiera encajado muy bien en la época nuestra del seleccionado tucumano.
- Imagino que entonces Felipe Contepomi tampoco te cierra...
- No. Habrá sido un gran jugador, un crack, pero como entrenador y sobre todo en la parte humana, no me gusta nada. Y creo que eso es lo que hacía grande al seleccionado tucumano: la fortaleza principal era la parte humana. Técnicamente no era gran cosa. Teníamos buenos tres cuartos, pero los forwards éramos como enanos de jardín.
- Bueno, pero a los Naranjas se los recuerda más por los forwards que por los tres cuartos...
- Sí, porque había mucha actitud. Era un grupo humano espectacular. La unión nos hacía fuertes. Y es lo que yo creo que se fue perdiendo con el tiempo.
- ¿Sos de ir a ver partidos?
- No. Muy de vez en cuando veo alguno. Pero el rugby ya no me llama. Siento que no es el mismo rugby, que yo jugué a otra cosa. Está bien, los tiempos cambian. Viví una época hermosa, pero todo cambia, es inevitable. Pasa que el rugby de hoy no me cierra.
- Cabe suponer que la franquicia profesional que proyecta Tucumán para 2025 no te tendrá entre sus hinchas
- Para mí es una pena que todo haya ido para ese lado. Yo creo que el Campeonato Argentino era fundamental, pero ya quedó muy atrás. Hoy ya hay mucho profesionalismo, mucho Pladar. Para mí hay que volver a las fuentes, se perdió un poco la esencia. Y hoy el rugby de Tucumán prácticamente no existe. Y los chicos se van a Europa cada vez más temprano. Y no es que se van por fortunas, pero van a vivir la experiencia.
- ¿Crees que existía algún rumbo distinto?
- Me parece que tuvimos una oportunidad increíble con los Naranjas de los 80 y 90, que no se supo aprovechar. No se sembró cuando se debía. Cuando Tucumán empieza a salir campeón argentino, todos los seleccionados que venían de afuera a jugar con Los Pumas también querían venir a jugar acá, para ellos era un test más. Meter 25.000 personas en la cancha de Atlético no era fácil, y Tucumán lo hacía como si nada. Y no se hizo nada con eso. Era muy lindo para la foto la jeta abollada a golpes, la sangre, las batallas campales, pero si no hacés nada con eso, de qué te sirve. Eso algún día se acaba. No se invirtió en traer entrenadores de afuera para que vinieran a capacitar. Se podrían haber hecho muchas cosas.
- ¿Conservás muchas cosas del rugby?
- No me quedó nada, ni una media. Regalé absolutamente todo. Mi esposa me reta por eso, porque no me guardé ni una camiseta, ni una corbata, nada. Cuando volvía de las giras con Los Pumas, dejaba los bolsos en el club para que se repartieran ellos. Ni sabía quién se quedaba con qué. Tampoco me quedé con nada de Tarcos ni de los Naranjas. Y en mi casa no vas a ver nada de rugby. A mí no me interesaba quedarme con nada, lo único que me interesaba era jugar. Era feliz en la cancha.
- Bueno, no te dejó ni una media, pero sí muchos amigos
- Sí, la verdad que sí. No soy un gran cultor de la amistad, te aclaro. Yo hago al revés de lo que hace el mundo: cuando mis amigos están mal, estoy. Cuando están bien, no aparezco. Son tonteras mías. Pero sí, me dejó muchos amigos de distintos clubes. Y en mi club, chicos con los que jugué desde los 13 años y al día de hoy nos seguimos viendo.
- Con algunos de ellos habrás compartido el título del 94, del que se cumplen 30 años
- Eso fue increíble. En ese momento se jugaba el Anual, sólo con clubes tucumanos, que es como a mí me parece que se tiene que jugar. No veníamos bien, entramos cuartos a la ronda final. Y esas tres últimas semanas fueron una cosa de locos. Había un clima particular en el club. Viste cuando sentís que se está armando algo grande. Yo a esa altura estaba jugando en Intermedia, estaba prácticamente ido ya, estaba con la cabeza en otra cosa. Pero esas tres semanas fueron impresionantes. La experiencia de ver cómo se iba armando el grupo. Era tal la unión que había en el club, en los entrenamientos, que vos decías: tenemos que ser campeones. El que ha jugado mucho, se da cuenta cuando eso pasa. Y la final contra Universitario fue una cosa de locos. Ellos habían armado la fiesta en su cancha para ser campeones, pero al final la fiesta fue nuestra.